Los eXcusados secretos del metro y Jaguar Expo



Jaguar el señor de la noche

Exposicion en la Fac de Ciencias de la UNAM, he aqui el programa y algunas fotos.
No se la pierdan MONOPUERCOS

Les dejo el programa








Les dejo un cuento del autor Armando Vega Gil, que pueden encontrar en el libro PARA LEER DE BOLETO EN EL METRO No 8

Armando Vega-Gil
(Ciudad de México, 1955)
Rockero, cineasta, antropólogo, performancero, argumentista
de la serie de televisión el Güiri-Güiri, catedrático y
promotor de talleres de escritura, escalador de montañas
nevadas, buzo de aguas dulces y saladas, trotamundos y
trovador de veras, Armando ha sido galardonado con premios
nacionales de literatura como el San Luís Potosí de
Cuento.
En su haber existen una docena de títulos publicados
como La ventana y el umbral (poesía), Diario íntimo de un
guacarróquer (crónica autobiográfica) y Cuenta regresiva
y otras fábulas supernumerarias, donde reúne su obra
narrativa reciente.
Se le puede ver en la televisión con el grupo de sátira
política El Palomazo informativo o leer en su columna de
cine en la revista Eme-Equis. En la actualidad prepara su
primer largometraje, Biombo Negro.


Los eXcusados
secretos del metro

Hace poco, luego de años de haber sido inaugurado
el Metro, encontré al fin un baño público en sus
instalaciones, caso excepcional, en la parada de
Chilpancingo. Y ahí llegué a una conclusión poética:
“¿Existe algo peor que estarse meando en la
estación Balderas en una hora pico? Sí, contenerse
ahí las ganas de zurrar”.
Cuando alguien aguanta y se aguanta a hacer
del cuerpo, le vienen unos dolores de parto (con
la diferencia de que el producto no es un bebé
sino una bola de excremento) que suben desde un
punto harto frágil del pobrecito ano e invaden el
vientre cual patada de judicial. Sientes las paredes
del colon ensancharse hasta quedar como una
membranita restirada, a punto del desgarre. Uno
cae de rodillas, aprieta el esfínter y gime ¡ay ay ay!
entre goterones de sudor frío. Y es que en nuestra
moral cristiana es mal visto que uno ande cagado
por la vida, más aún si cuelgas de un pasamanos
del Metro. El dicho “es preferible perder un amigo
que un intestino” debía privar por nuestro propio
bien, pero la moral es la moral.
Así me ocurrió con dos compañeros de la escuela:
el Caballo y Dominique. Yo estaba enamorado
de ella, y, claro, Domi no me pelaba. Esa mañana
quedamos de vernos en una biblioteca, cerca del
Metro Allende, para hacer una tarea. Yo estaba nerviosísimo,
por lo que me dio por desayunar como
puerco, encima que la víspera había cenado pozole
con harto cacahuazintle, eso sí, descabezado. La
inseguridad hizo meterme todavía, entre libros y
apuntes, dos bolsas de cacahuates japoneses sabor
limón, un boing de a litro, una torta de tamal y
un paquete de pasitas aflojatodo. Al rato me sentía
recargadito, pero levantarme al baño le hubiera
concedido unos segundos al Caballo para darme
baje con la chata.
Al salir de la biblio ya me había arrepentido de
no obrar, pero mejor era aguantarse. La cosa empeoró
al bajar por las escaleras de la estación del
subterráneo: tenía que caminar como pingüino,
aflojando sólo ciertos músculos que atenuaran el
dolor pero evitaran la salida del cake.


En el andén el primer gran cólico me dobló por
el ombligo. Sudaba entre escalofríos, veía nublado.
“Dios mío, ¿qué te pasa?”, preguntó Dominique
mientras me tomaba por los hombros. ¡Ah!, esa era
su primer manifestación de cariño, pero ni modo
que le dijera que me estaba haciendo de la caca.
Domi pedía ayuda a gritos cuando, más fuerte,
me vino la segunda contracción. Llegó un policía
preguntando qué pasa, y yo sólo farfullaba: “Necesito
un baño, ¡un baño por favor!”. El poli amenazó
con llamar una ambulancia. “¡No, un baño!”,
chillé..., y todo por no haber guáters públicos en
el méndigo Metro. Sé que los chilangos somos bien
marranos y dejaríamos los wc vueltos barquillos
con todo y cereza, pero esto era de vida o muerte.
Entre mirones ya me sacaban a rastras el tira y el
Caballo, y yo insistía ebrio de dolor: “¡Su baño!”.
“Híjole, joven, es que sólo es pa empleados”. Dominique
suplicó al azul, ¡ándele, por favorcito!, y
el Caballo le dio un billete azul al agente. “Me van
a llamar la atención, pero órale”. Tras una puerta
disimulada en un muro estaba el trono salvador, me
dejaron solo y ahí hice la caca más deliciosa de mi
vida. ¡Ah, liberar al Keiko! Y salí feliz, recuperado.
El poli entró a revisar si no me había inyectado
heroína, pero sólo encontrose con el denso buqué
del pozole.
El Caballo y Domi me fueron a dejar a mi casa,
y me depositaron en mi camita donde perdí el conocimiento.
Al día siguiente mis compañeritos ya
eran novios. ¡Chale!, y todo por no haber guáters
en el Metro.
Un consuelo me queda: cuando el Caballo y Dominique
se pongan nostálgicos y acaramelados, sin
duda dirán entre suspiros:
—Bebé, ¿te acuerdas del día que nos enamoramos?
—Sí, mi vida, fue cuando el güey aquel se estaba
cagando.

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